lunes, 30 de junio de 2025

Anecdotas de torneos

 

🎽 El primer torneo

En el club no éramos muchos practicantes graduados. Apenas un grupo de entusiastas con más voluntad que experiencia. Un día nos invitaron a un torneo por equipos en el Club San Lorenzo, y se armó el equipo como se pudo: un representante por categoría de peso —hasta 63 kg, hasta 70 kg, 80 kg y más de 90 kg. Mis compañeros ya tenían sus cintos amarillos, con apenas un año de práctica. Yo, en cambio, era cinta blanca y apenas llevaba unos meses entrenando.

Nos tocó enfrentarnos nada menos que al equipo anfitrión: todos cinturones negros. De más está decir que perdimos, pero lo importante no fue el resultado. Para mí, fue el debut. Recuerdo haber subido al tatami con una mezcla de temor y adrenalina. El combate duró menos de 30 segundos. Pero ese instante marcó el inicio de algo que me acompañaría muchos años: la competencia.

Con el tiempo comprendí que, en un torneo, el primer oponente no está frente a uno… está adentro. Es el miedo, la duda, el no sentirse listo. Subirse al tatami es, en primer lugar, un acto de valentía. Es mirar al rival, saludar con respeto y decir: “aquí estoy, vine a luchar, a dar lo mejor de mí, y aceptar el resultado tal como venga.” Y eso, entendí después, también es ganar.

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🥋 Una técnica precisa en el instante perfecto

Fue en un torneo en un club de Lanús, categorías mayores. Me tocó en primera ronda enfrentar a un oponente más robusto que yo. Llevaba sobre su judogi una campera verde, y en la espalda brillaba un enorme tigre dorado. Ya en el tatami, nos saludamos y comenzamos a medirnos. Nos tomamos y exploramos qué lanzamientos podíamos aplicar. Me sentía seguro, así que ejecuté un harai-makikomi. Pero su base era sólida. No logré derribarlo. Caímos. Quedé debajo, y él intentó estrangularme. Me acomodé para evitarlo hasta que el árbitro nos ordenó soltarnos.

Nos reincorporamos. Volvimos al centro del tatami. Yo saltaba ligero, imitando el juego de pies de Muhammad Ali. Fue en ese instante, con el ritmo alto, que lo tomé desprevenido. Me acerqué como si fuera zurdo, pero lancé un eri-seoi-nage de derecha. Lo proyecté limpiamente. Apenas tocó el suelo, me lancé con una retención, pero no hizo falta: el árbitro ya había marcado ippon.

La gente aplaudía y celebraba. La técnica había sido impecable, la definición, veloz. Sentí que el corazón me latía fuera del cuerpo. Nos saludamos como corresponde: dos judokas que simplemente disfrutan el arte que los une. Porque más allá del combate, eso somos: deportistas que juegan a lo que más les gusta.

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Perder o ganar, no importa tanto, como lo que se vive en la lucha.

Lo que una competencia de judo me enseñó sobre subestimar, confiar… y entregarlo todo. Era un sábado por la tarde en un torneo internacional de judo, categoría mayores hasta 71 kg. Me sentía fuerte, confiado y listo para competir.
Mi primer rival: un judoka delgado, más alto, de aspecto adolescente. En mi cabeza ya repasaba qué técnica usar para vencerlo. Lo subestimé. Y él, ágil como el viento, me derribó con una precisión que no vi venir. Ippon. Derrota instantánea. Y con ella, mi ego en el suelo.
Horas después, ese mismo “adolescente” se consagró campeón. Por reglamento, me tocó una nueva chance: luchar por el tercer puesto. Mi siguiente oponente era la imagen misma del guerrero: alto, fibroso, pelo largo, dedos vendados y bandera de Brasil.
Esta vez pensé: no puedo vencerlo estratégicamente… así que lucharé como si mi vida dependiera de ello.
Y algo increíble sucedió. En el fragor del combate, a puro instinto, logré un makikomi, una técnica de sacrificio… y gané.
Esa noche entendí que ni la victoria ni la derrota son definitivas. Ambas pueden ser accidentes circunstanciales. Lo esencial está en cómo nos paramos frente a cada lucha.
Hoy, cada vez que enfrento desafíos profesionales, recuerdo que a veces, lo que parece imposible, solo necesita que dejemos de calcular… y nos animemos a entregarlo todo.

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Torneo Interno – Más allá del peso

La subcomisión de judo del club decidió organizar un torneo interno para fortalecer vínculos entre practicantes, familias y otras áreas. Se usarían las categorías oficiales de la Federación de Judo de Buenos Aires. Me anoté en la mía: hasta 71 kg. Tenía confianza. Entrenaba con constancia, ya había competido antes, y esa seguridad me acompañaba ese día. Mis padres y mi hermana también vinieron a verme.

La primera lucha fue contra un joven más delgado, de menor graduación. Me sentía confiado, tal vez demasiado. El combate fue parejo, caímos varias veces, pero él logró derribarme y obtuvo un koka. Ganó. En su siguiente lucha perdió, así que quedé fuera de la posibilidad del tercer puesto.

Me acerqué al profesor y le dije: “Quiero anotarme en la categoría libre de peso.”

Allí, suelen inscribirse los de más de 90 kg y alguno que otro valiente con aspiraciones grandes. Mi primera lucha fue contra un rival más grande, pero de menor graduación. Como no tenía expectativas, me sentía relajado… y eso jugó a mi favor: gané. La segunda también la superé, y así llegué a la semifinal.

El rival: un compañero más graduado, de unos 120 kg. Yo pesaba apenas 64 kg.

Subimos al tatami. Saludo. Miro al público… y veo a mi madre saliendo del salón. El árbitro da inicio. Mi oponente, confiado por su tamaño y rango, se abalanza para definirme con fuerza. Zafé de su primera técnica. Regresa con otra, intenta proyectarme… pero logro bloquearla. Cae de frente al tatami. Se disloca el hombro. El grito fue desgarrador. Silencio total. Lo asisten. El árbitro me declara ganador.

Me acerco a mi familia. Saludo a mi padre, a mi hermana, y pregunto: “¿Dónde está mamá?”
Mi hermana me responde:
“Salió… no quería ver cómo te asesinaban.”
La encuentro afuera, llorando. Creyó que el grito había sido mío, que había caído yo ante semejante rival.

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El ego y las enseñanzas de la vida

Torneo en Chascomús. Judocas de toda la provincia nos reunimos en el Club de Regatas. Viajé con mis compañeros y reencontré a viejos conocidos de otros torneos. Había un solo tatami y una infinidad de categorías. Me anoté en hasta 70 kg, aunque había arrancado la semana con 72. A fuerza de bicicleta, corridas y dieta rigurosa, llegué. Ese día sólo tomé un mate cocido. El pesaje era posterior a la primera lucha, así que ni probé bocado.

Llegamos a las 10 de la mañana, pero mi categoría arrancó recién a las 18. El hambre ya era protagonista. Para matar el tiempo y los nervios, me fui con un judoca de otro club a hacer pesas. De repente, escucho por altoparlantes que me llaman. Al pasar cerca de los árbitros, escucho a una maestra decir tapando el micrófono: “¿Dónde está este tipo?, ¿será posible?, es un tonto que no está atento a los parlantes…”

Me acerqué y le dije con una sonrisa: “Ese tonto soy yo. Y si estás apurada, no te preocupes, este combate lo termino en menos de 30 segundos.”
Me miró como diciendo:
“Además de tonto, es un fanfarrón…”

Subo. Saludo. Tomo del judogi a mi rival, lo proyecto y gano. Ippon.
Me acomodo para saludar de nuevo y le digo a la maestra:
“Te lo dije: menos de 30 segundos.”

Pero la historia no terminó ahí.

Pasaron las horas… las 20:00, y nada. Mi profesor se me acerca: “Mirá, ya estamos todos liberados, vos sos el único que falta. ¿Tenés plata para volver?”
Respondí sin pensar:
“Sí, no te preocupes.”
Spoiler: debí preocuparme.

Finalmente me llaman, pierdo, y quedo fuera del torneo. En los vestuarios, me cruzo con otro judoka en la misma situación. Revisamos los bolsos, apenas unas monedas. Entre los dos compramos un choripán y un vaso de soda. No teníamos un peso para el viaje.

Nos acercamos a un grupo de San Justo, les preguntamos si podían acercarnos hasta el Cruce de Lomas. Aceptaron. Ya en el Cruce, revolviendo el fondo de mi bolso Primicia —el de siempre, el del kimono— encontré vueltos justos para dos colectivos más.

Llegué a casa a las 5 de la mañana. Exhausto y hambriento.
Le dije a mi vieja:
“No comí nada, sólo un choripán compartido.”
Me miró con ternura:
“No quedó comida, pero hay pan... te hago un café.”
“Dale, me muero de hambre.”

Aquel día el ego me regaló una victoria relámpago… y la vida, una lección de humildad: pasé de fanfarrón a compartir un choripán como único sustento, y a volver a casa gracias a conocidos, gestos solidarios y monedas olvidadas.

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Un torneo en el oeste del gran bs.as.

Un día muy caluroso, el sol era en el exterior como un plomo fundido, pero dentro del estadio, el tiempo estaba suspendido. Todo se reducia a un rectángulo de tatami y al silencio tenso que lo envolvía. Eramos dos judokas prente a frente, sin palabras, pero con un lenguaje que hablaba en impusos, en agarres, en respiraciones, y pensamientos que se cruzaban apenas al separarse. Umi-gaehi devuelto con un bloqueo impecable. Un uchi-mata

El no pensaba,sentía.No anticipaba, respondia. Cada técnica que emergía no venia de la mente, sino del cuerpo entrenado y del alma dispuesta. Era como si el movimiento hablara por sí solo, sin que hiciera flata dirigirlo. Cada intento encontraba su eco en el contramovimiento del oponente. Un sumi gaeshi devulto con un bloqueo impecable. Un uchi-mata frustrado con un paso lateral casi coreográfico.

No había ira, ni ansiedad, solo concentración y entrega. Como dos corrientes opuestas que se abrazaban y se rechazaqban en espiral, buscando el desequilibrio exacto, el instante de verdad.

Los segundos no eran segundos, eran eternidades comprimidas. Todo parecía suspendido, ecepto la determinación que ardía ntre los dos. <Y aunque en el marcador no se anotara nada aún, en ese preciso instante ambos sabían que ya estaban dando todo.

Un duelo, si… pero también una danza. De respeto. De historia. De honor.

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Pergamino – La rendición que fortalece

Nos habíamos enfrentado dos veces antes. En ambas, él se había impuesto. Pero uno siempre entrena con la idea de superarse, de pulir el carácter y la técnica. Y la vida —caprichosa y sabia— nos cruzó nuevamente, esta vez en un torneo en Pergamino.

En esta ocasión, sentí la lucha con mayor claridad. Dominaba el combate, leía sus dudas. Una danza ininterrumpida de ataques, bloqueos y combinaciones: diría que fue una poesía de movimientos. Me sentía fuerte, concentrado y seguro. El reloj marcaba los últimos minutos y todo apuntaba a mi favor.

Pero en el ir y venir del combate, ambos caímos. Mi mente, confiada, bajó la guardia por un instante. Mi oponente, quizá desesperado por revertir el resultado, encontró la oportunidad: aplicó una estrangulación.

Apreté los dientes. Soporté la presión en el cuello, los ojos a punto de estallar. Y me hice una pregunta simple pero contundente: ¿vale la pena perder el conocimiento por una victoria?

Decidí rendirme.

Había ganado mucho más que una medalla. Sabía, sin dudas, que había crecido. Esa lucha la dominé desde el inicio. Y al rendirme, no cedí: simplemente elegí el camino del aprendizaje. Saludé a mi oponente, como corresponde. Y volví al entrenamiento con una certeza renovada: cada combate, incluso sin podio, puede ser una victoria.

 

Todas las luchas, todos los oponentes

Después de tantos años en el tatami, hay dos certezas que florecen con claridad en mi interior.

La primera: todos los oponentes que enfrenté fueron, de alguna forma, un reflejo de mí mismo. En cada uno, vi replicada una parte de mi ser. A veces ganaba él. A veces, yo. Pero en realidad, siempre ganábamos los dos. Porque cada combate era un intercambio profundo, una oportunidad de aprender, de crecer, de descubrir nuevas capas de uno mismo.

La segunda certeza es gratitud. Gratitud infinita hacia mi Sensei, quien me formó desde los primeros pasos en este arte. Me enseñó técnicas que, décadas después, veo llegar desde Japón como “novedosas”. Él no fue un gran campeón de torneos. Pero fue —y es— un gran maestro. Un verdadero guía del judo y de la vida.

Mi mayor respeto y eterna gratitud al Sensei Carlos Copelli. Sin su entrega, sin sus enseñanzas, no estaría escribiendo estas palabras.

El judo es más que un deporte. Es la esencia que corre por mis venas, arterias y sistema nervioso. Y cada judoka que pisa el tatami conmigo, es mi hermano.

domingo, 8 de agosto de 2010

Espíritu de Judo


Conocerse es dominarse, dominarse es triunfar.
Ceder para vencer.
Judoka es el que tiene inteligencia para comprender lo que le enseñan, paciencia para enseñarlo a los demás, y fe como para creer en lo que no comprende.
Quien teme perder ya está vencido.
Solo se acerca a la perfección quien la busca con constancia, con sapiencia y sobre todo, con mucha humildad.
Saber cada día un poco más y usarlo todo los días para el bien, ésa es la senda de los verdaderos hombres.
El que practica Judo no se perfecciona para luchar, lucha para perfeccionarse.
Cuando compruebes con dolor que no sabes nada, habrás hecho tu primer adelanto en el aprendizaje.
Nunca te vanaglories de haber vencido a un adversario; al que venciste hoy, puede derrotarte mañana, la única victoria perdurable es la que se obtiene sobre la propia ignorancia.
En las aguas de la existencia llega más lejos quien nada como debe, cuando debe y hacia donde debe.
La Debilidad es susceptible; la Inseguridad es iracunda; el Saber y la Fortaleza dan comprensión, el que comprende, perdona.
El cuerpo es un arma cuya efectividad depende de la precisión con que la usa la mente.
Practicar Judo es enseñar a la mente a pensar con velocidad y exactitud y al cuerpo a obedecer con justeza.

lunes, 2 de agosto de 2010

Valores que fomenta la práctica del Judo:


En el desarrollo de las clases, donde se realizan las prácticas de entrenamiento y capacitación, existe un universo contenido en lo que se conoce como Dojo (Lugar donde se practican las Artes Marciales), en él se encuentra un Lugar de Honor (Joseki) donde se ubica la imagen del creador del Judo y la bandera Nacional, es el lugar al que todos deben saludar al ingresar.
En el Dojo se encuentra el ó los Maestros y sus ayudantes, lo que representan la máxima autoridad del lugar.
Los alumnos y practicantes, nuestros compañeros. A los cuales les debemos el respeto y la cortesía por compartir cada clase, cada momento de la práctica.

La clase se divide generalmente en una entrada en calor seguida de una serie de ejercicios para fortalecer nuestros cuerpos, y luego el desarrollo de técnicas con repeticiones, combinaciones, en distintos tiempos e intensidades. La práctica libre de estas técnicas, tanto de pie, como en el suelo.

En este Universo el Maestro nos va indicando los pasos a seguir, y los alumnos respetando el orden por jerarquías de graduación y antigüedad, ejecutan cada una de las instrucciones. Saludando respetuosamente a su compañero al inicio y terminación de cada batería de ejercicios.

Con las prácticas se van puliendo diariamente las distintas aristas de la personalidad de cada uno de los judokas, generando un clima de compañerismo y fraternidad.

A partir de las primeras clases ya comienza a incorporarse los siguientes valores:

LA CORTESIA: Implica el respeto por el otro.
EL CORAJE: Es hacer lo que es Justo.
LA SINCERIDAD: Expresarse libremente, sin mascaras.
EL HONOR: Ser Fiel a la palabra dada.
LA MODESTIA: Es hablar de si mismo sin orgullo.
EL RESPETO: Sin respeto no puede nacer la confianza
EL CONTROL DE SI MISMO: Es callar en momentos de ira, controlar las pasiones.
LA AMISTAD: El más puro de los sentimientos del ser Humano.
LA LEALTAD: Siempre existe la garantía de la mano, del consejo y la amistad, de la persona lea.
LA GRATITUD: Es agradecer toda enseñanza y todo bien recibido.

El aspecto más importante y relevante del Judo es sin duda alguna, la educativa: Forma Maestros, Instructores, Técnicos y Árbitros. Pero forma excelentes personas, con valores morales y éticos, que señalan la conducta de cada judoka como ejemplo a seguir, no solo es un atleta, sino tambien un artista marcial, un ser que busca su continua perfección en todo y cada una de sus facetas físicas, espiritual e intelectual.

Los Origenes del Judo.


Con la apertura de sus puertos, se concreto una modernización de la industria, y por consiguiente una disminución de la artesania medieval. En tan solo 15 años existio una transformación en la sociedad, ya nadie se dedicaba a salvaguardar las tradiciones culturales, sino que los mejores hombres se dedicaban a la vida política, al estudio de las ciencias, a la organización industrial.

Luego las nuevas generaciones tuvieron la capacidad de reconocer que la pérdida de las experiencias tradicionales serían un grave daño para Japón y para el mundo. En este período nacieron hombres como: Jigoro Kano y Mori-hei Uyeschiba.

Jigoro Kano se baso en la práctica del Jiu-Jitsu para fortalecer su frágil y delgado cuerpo. Una vez logrado este objetivo, capto el valor de este método de defensa, por lo cual fundo una escuela propia con la finalidad de adaptar los antiguos ideales a las nuevas visiones, naciendo de este modo el Judo Kodokan, que hoy se práctica en muchísimos Dojos esparcidos por el Mundo.

Principales fechas que marcan la historia del Judo Kodokan
1860 Nace Jigoro Kano.
1882 Fundación del Kodokan
1886 Gran victgoria deportiva del Kodokan contra las restantes escuelas de Jiu-Jitsu.
1895 Redacción del primer Go-Kyo.
1921 Redacción del nuevo Go-Kyo.
1922 Fundación de la Sociedad Cultural del Kodokan.
1934 Primeros campeonatos del Japón.
1956 Primeros campeonatos del Mundo.
1964 Adminisión e los Juegos Olimpicos.

Actualmente se práctica este arte marcial en todos los países del mundo, todos los ejercitos y fuerzas policiales son adiestrados en las técnicas del Judo y Jiu-Jitsu. Es un deporte Internacional.

Se puede decir que los valores de la antigua caballeria japonesa forman parte del patrimonio cultural mundial, gracias a la interpretación del Judo Kodokan, creado por su fundador Jigoro Kano.

Traducción libre de un escrito de Jigoro Kano:
“No he estudiado el Jiu-Jitsu solamente porque lo entrase particularmente interesante, sino tambien porque lo consideraba el medio más eficaz para educar armoniosamente el cuerpo como el espíritu. De aquí nació, asimismo, la idea de difundirlo. Pero era necesario modificar el viejo Jiu-Jitsu para hacer su esp´ritu comprensible a las masas, dado que su forma antigua no estgaba prevista para servir a la finalidad de la educación física y moral y de la cultura intelectual. Etos beneficos no eran más que un resultado casual de aquella antigua técnica concebida exclusivamente con el fin de vencer.
Por otro lado, me di cuenta de que todas las escuelas de Jiu-Jitsu tenían valores y defectos, por lo que me parecio necesario dar al Jiu-Jitsu nuevas bases también en elplano de la lucha. Fue así como tomé los aspectgos más interesantes de las escuelas que habia estudiado y los funí en un nuevo método útil para la cultura física y la educación mental, así como para la lucha. De modo que llmé al nuevo método Judo Kodokan.

Recomendación de la practica de Judo

La UNESCO recomienda el Judo a los jóvenes por todos los valores educativos que su práctica con lleva.
La practica del Judo brinda a sus deportistas una serie de beneficios físico, psiquicos y morales, que permiten al judoka superarse constantemente en todos los aspectos de su vida.
Así como una semilla se desarrolla para luego constituir un árbol fuerte, bello, armonioso que nos brinda sus frutos, su sombra y protección. El Judo va desarrollando en el ser aspectos que son útiles para el practicante y la sociedad en la que se desenvuelve.
Qué nos brinda su practica?:
Para la defensa: Una serie de reflejos que pueden aplicarse en la vida diaria, confiando todas las acciones a una forma de entender la defensa personal y redundando en una mayor seguridad.
Aspecto físico: Forma un organismo ágil y resistente, lleno de energía y reflejos. Así el cuerpo llega a moverse con agilidad y soltura.
Aspecto mental: Nos habilita a utilizar la fuerza del contrario, aplicar la ley de la palanca y lograr derribarlo aunque su fuerza sea mayor. Este concepto obliga a una continua atención mental y su perfeccionamiento ayuda al que lo practica en todos los aspectos de la vida. Nos permite acostumbrarnos a vencer las dificultades que se nos presentan en la vida.

El entrenamiento de Judo requiere el previo conocimiento de uno mismo, es decir conocer nuestras debilidades, limitaciones para desarrollar nuestras fortalezas.
Nos enseña a confiar en nosotros mismos, en nuestra capacidad, compartir las enseñanzas con nuestros camaradas. Respetar, entender y poner en practica las enseñanzas de nuestros maestros.

Nos enseña la practica de la cortesía con los compañeros y oponentes, la paciencia para el logro de objetivos, nos señala que siempre es posible mejorar y superarse no solo en las técnicas del judo, sino en todos los aspectos de la vida.

El Judo es una actividad deportiva que lleva de modo intrínseco toda una serie de aspectos emocionales, afectivos, espirituales, físicos, mecánicos, técnicos, psicológicos.

Japón


…”El Japón ha tenido una evolución un poco distinta del esquema común a todas las naciones occidentales. Originariamente estaba habitado por una raza blanca, los ainos (algunos ainos sobreviven todavía, reunidos en colonias y son objeto de observaciones por parte de los investigadores), a los que se unieron numerosos grupos pequeños procedentes de las más diversas regiones del continente y originados por las más distintas vicisitudes.

En efecto la pobreza de aquellas islas nunca despertó la codicia de ningún gran estado y por consiguiente favorecio el establecimiento de una población de raza amarilla compuesta por aventureros, bandidos y despojos de gloriosos ejércitos vencidos en el continente. Este pueblo sobrevivio heroicamente a los sucesos históricos y naturales, madurando cualidades morales propias, y diferenciandose muchísimo de las gentes de las que era originario. Vivio alternando períodos relativamente tranquilos con larguisimos períodos de continuas guerras intestinas.
Una característica puramente oriental, agudizada por las condiciones de vida del antiguo Japón, consiste en el escaso valor atribuido a la vida humana (debido a la superpoblación, al esfuerzo necesariopor la supervivencia). Esto favoreció el desarrollo de una ética fatalista. Muy pronto la clase guerrera, que habia adquirido cada vez más importancia, se convirtió en el intérprete más fiel de las mejores tradiciones éticas de la vida social japonesa. Aunque los principios cultivados por los Samurai no eran originales sino de importación, estos guerreros ocuparon una posición singular en la historia y en la cultura del antiguo Japón.
El Japón tuvo un primer período medieval, pintoresco, pero bastante similar al de otras naciones. Mientras en Europa los fermentos del renaciiento italiano abrian horizontes ilimitados a un nuevo período histórico, el Japón se mantenía aislado de contactos con las naciones vecinas (China, Corea y la colonia china de Okinawa), contentandose con asimilar y transformar con extremada lentitud algunas de sus manifestaciones artísticas y raras innovaciones técnicas y sociales.
Naturalmente, si el Japón no se abría al resto del mundo, se penso que éste descubriera el Jaón (cuyo mundo fabuloso ya habia sido descrito por Marco Polo y por posteriores exploradores). En el siglo XVI fueron los españoles, inicialmente bien acogidos, quienes introdujeron las nuevas ideas religiosas (San Francisco Javier), las armas de fuego, el comercio y las novedades de un mundo extremadamente grande fuera del Japón.
Pero este cambio impresito fue probablemente demasiado brusco y el Japón, apretado alrededor de su emperador, rechazó a los extranjeros, cerró los puertos y prolongó voluntariamente la época medieval durante casi otros trescientos años. Este nuevo período medieval, contagiado ahora irreparablemente, fue la característica de la historia japonesa a la que debemos las mayores diferencias de desarrollo con la civilización de nuestros países. A mediados del siglo XIX, la expansión colonial inglesa, en busca de nuevos mercados, obligo al Japón, bajo la amenaza de los cañones del comodoro Perry, a recibir a los exranjeros en sus puertos y a iniciar tratados comerciales.
A la vuelta de medio siglo, el pueblo japones se dio a conocer por su inteligencia y espíritu organizador, convirtiendose rápidamente en una potencia mundial, en condiciones de rivalizar, a menudo victoriosamente, con cualquier nación.

Texto tomado del libro “El Judo en 12 Lecciones” de Cesar Barioli, editorial de Vecchi – Barcelona/España.